Te cuento la historia de Elena.
Elena es asesora.
Le encanta definirse así porque siempre le ha gustado ayudar a empresas.
Trabajó algunos años en una asesoría importante de su ciudad, llevando la contabilidad para empresas y autónomos. Sentía que no era “su lugar”, aunque fueron unos años que le sirvieron para aprender y tener experiencia.
En cuanto surgió la oportunidad adecuada, dio el salto a trabajar por su cuenta. Un amigo la recomendó para ayudar a su hermano en su empresa, una pyme que estaba creciendo y necesitaba un poco de ayuda con la gestión de la contabilidad y la tesorería.
Elena empezó muy ilusionada con la idea de poder crear su propio proyecto profesional. Era un primer cliente que le permitiría ganar la confianza necesaria para acceder a otros más adelante. Con esta expectativa, no le importó mucho la propuesta económica inicial, porque no pensaba dedicarle más de un par de días a la semana.
Cuando empezó, se dio cuenta de que había mucho trabajo por hacer. Los procesos administrativos no estaban organizados, y la previsión de pagos era inexistente. Poco a poco, Elena fue hablando con las personas que intervenían en los procesos, y fue cambiando lo que era necesario para asegurar que los pagos nunca se retrasaran.
Lo que empezó siendo un pequeño proyecto de colaboración, fue ampliando su alcance, y cada vez iba dedicando más tiempo. La responsabilidad que sentía Elena por que la tesorería no dejara de fluir en una empresa que no dejaba de crecer, le absorbía más y más energía.
Lo más curioso es que todos los cambios que implementó Elena se hicieron de forma tan progresiva, que nadie lo notó. Nadie se daba cuenta de que todo funcionaba mejor gracias al trabajo de Elena.
Y de pronto, la pandemia. La reducción drástica de la actividad hizo entrar en modo pánico al gerente de la empresa.
En aquel momento, financieramente estaban bastante bien cubiertos, de nuevo gracias al trabajo de gestión y anticipación que Elena había hecho. Pero una de las primeras decisiones que tomó el gerente fue prescindir de sus servicios profesionales.
El gerente no tuvo en cuenta de que, sin el trabajo de Elena, no habrían podido crecer como lo habían hecho, no estarían bien organizados, no estarían bien financiados para aguantar la excepcionalidad del momento.
La relación causa-efecto pasó totalmente desapercibida para él. La decisión estaba tomada.
Elena quedó en estado de shock.
Sentía mucha rabia porque le parecía muy injusto. Además, se sentía culpable por no haber sabido anticiparse, por no haber construido su red de contactos… En lugar de eso, se dedicó a hacer un “trabajo perfecto” para un cliente que no lo valoraba.
Estuvo meses sin reaccionar. Afortunadamente, podía sobrevivir un tiempo sin trabajar por la compensación económica que habían acordado. Pero la lección aprendida había sido dura de digerir y lo único que tenía claro Elena es que no quería volver a vivir un episodio similar.
Tenía claro que era buena en lo que hacía y que su trabajo había cubierto una necesidad clave para aquella empresa. Pero no quería volver a pasar por la experiencia de que sus ingresos dependieran de un solo cliente.
Hasta que un día vio un anuncio de publicidad que sintió que conectaba con lo que le había pasado a ella. Sorprendida, porque Elena no suele pasar tiempo en las redes sociales, de pronto se dio cuenta de que, el primer paso para tener su propio negocio como asesora, era aprender a ponerse en valor.
Se inscribió en un training transformador y recuperó la claridad y la confianza que había perdido. Elena aprendió a trabajar los dos elementos clave que producen resultados cuando asesoras a personas que viven de sus negocios.
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