Mario dirige su propia asesoría. Empezó él solo después de haber acabado los estudios. Lo hizo así porque sintió la necesidad de tener su propio negocio. El impulso inicial fue la necesidad de emprender para tener libertad de hacer lo que quería hacer.
Poco a poco, fue creando más puestos de trabajo convirtiéndose en una empresa. Mario fue estructurando la organización para que pudiera ser más efectiva y le permitió conseguir buenos resultados a lo largo de muchos años.
Pero hace ya algún tiempo que toda esta estructura creada, le ha dejado poco margen para impulsar cambios. El día a día siempre está lleno de trabajo que hay que hacer. Las épocas “tranquilas” se han acabado.
El trato con los clientes lo hace exclusivamente Mario. Pero ya no capta clientes como antes. se da cuenta de que su motivación inicial va desapareciendo poco a poco. Todo cuesta más. Además, siente que algunas personas parece que se hayan “desconectado”. Van a trabajar y lo hacen, pero ve que han dejado de comprometerse.
Hace poco, la persona de su equipo en la que más confía, Celia, le dice que se va. Que deja la asesoría. Mario, de entrada, se queda en estado de shock con la noticia.
Pasadas las primeras horas de sorpresa, Mario se da cuenta de que la razón por la que Celia se va es porque necesita nuevos horizontes para dar lo mejor de sí misma. No le cuesta entenderlo, porque ella siente el mismo impulso que él sintió cuando empezó: perseguir la libertad de construir sus propios retos. Celia quiere construir su propio futuro.
Mario pasó varios días preguntándose qué podría haber hecho distinto y se dio cuenta de que hacía tiempo que estaba notando que había cosas que “no fluían” en la asesoría. Pero no estaba haciendo nada para cambiarlas.
Mario aceptó que le había ganado la tranquilidad que sentía gracias a lo que funcionaba. Había dejado de buscar nuevas respuestas a las señales que percibía que le alertaban de que necesitaba hacer cambios.
La señal que más debería haber escuchado era su creencia de que, si no atendía él a los clientes, no iban a tener la atención que merecían. Tan solo era una excusa para no admitir que estaba haciendo lo que más le gustaba, que era estar con ellos, sin pensar en las consecuencias.
A las personas que les gusta lo que hacen, como a Celia, lo que les importa es el reto. ¡Porque siempre quieren hacerlo mejor! Mario se ha dado cuenta que el problema no era que tuviera que motivar a las personas que no lo estaban. Que la clave estaba en ofrecer un reto profesional para las personas con mayor capacidad de ilusionarse y de comprometerse con lo que hacen.
Tal vez te hayas visto reflejado en Mario cuando piensas que los clientes “te necesitan a ti”. Pero es tu ego que te está haciendo trampas. Si eres tú el único punto de contacto de tus clientes es porque no confías en nadie de tu equipo. El resultado es que acabas quemado y frenas al talento del que te has rodeado.
Te propongo que empieces por ofrecer un reto interesante a las personas que trabajan contigo. Si todavía no has identificado a la persona que será el futuro líder para que la empresa funcione sin ti, no esperes más.
Sabes muy bien que un negocio que no prospera, ya se está muriendo.
No lo permitas.
Piensa en tu legado.
Deja ya de hacer micromanagement y dedícate mejor a construir los próximos 10 años de tu negocio.
La tarea más importante que tienes ahora es enseñar a otros lo que tú has aprendido.
Puedes hacer como Mario, que ya ha buscado un mentor para impulsar su propio proyecto al que él ha llamado “mi asesoría sin mí”.
Estoy convencida de que todavía tienes mucho que aportar. Si tú también lo crees, contacta conmigo cuanto antes para que tengamos una charla en los próximos días.
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¡Hablamos pronto!